sábado, 24 de noviembre de 2007

Don Fernando de la Mancha





DON FERNANDO DE LA MANCHA



¿Para qué, señor, tanto aprender,
si no va a haber nadie una noche
a quien amar, amo o aimer?

Con estos tres versos finalizaba Fernando Fernán Gómez el poema “El recuerdo”, del poemario El canto es vuelo. Llegó la noche para un hombre que será insustituible en sus afectos, en su trabajo, en su palabra. Tal vez hoy no pueda amar a nadie en esa oscuridad eterna, pero son miles las personas que lo mantendrán vivo, querido, en el recuerdo como una manera de contrarrestar la soledad y el vacío que deja en un país falto de personalidades como la suya.
En todos los diarios nacionales se recoge la filmografía, la bibliografía y la cantidad de premios que recibió este monstruo de la escena y la literatura. Su papel estelar en La venganza de don Mendo o en Belle Époque. El demoledor y a la vez entrañable protagonista de El Abuelo o su inolvidable trabajo en Para que no me olvides. Novelas como El viaje a ninguna parte o La cruz y el lirio dorado, obras teatrales como Las bicicletas son para el verano y su adaptación de El lazarillo de Tormes y tantos y tantos títulos que ya forman parte de la educación sentimental de varias generaciones.
Pero Fernando Fernán Gómez es algo más para quienes hoy tenemos alrededor de treinta años y crecimos viendo en Televisión Española la serie de dibujos animados Don Quijote de la Mancha, caballero andante a quien el artista puso magistralmente la voz. Un Quijote alto, enjuto, narizón y pelirrojo, como el propio Fernán Gómez se ha definido alguna vez a sí mismo.
He leído varias veces la novela de Cervantes. También la de Andrés Trapiello, Al morir don Quijote, que arrancaba justo después del fallecimiento de Alonso Quijano y, sin embargo, jamás he sentido la tristeza que me abruma hoy por la muerte de mi caballero don Quijote, de mi caballero don Fernando. Lo he visto caer y levantarse, luchar contra molinos, azuzar a Sancho, buscar desesperadamente a Dulcinea, pero nunca morir como se me ha muerto este gigante. Qué paradoja, Quijote y gigante. No ha habido, en este caso, bálsamo de Fierabrás posible para curar sus heridas. Tampoco lo habrá para sanar la que deja en nosotros. Con cariño y pesar, con añoranza, recuerdo ahora esas palabras que escribiera Cervantes, que pronunciara don Quijote y que diera vida televisiva Fernán Gómez, y que decían “La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura”. Qué sinrazón tan miserable la de la muerte.

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